¿Por qué el primer interés amoroso nunca es duradero?
Volumen 09 ¿por qué el primer interés amoroso nunca es duradero? Sabes de quién te estamos hablando. Ese primer chico, del que nos enamoramos al comenzar la historia, pero sabemos que no terminaremos
Esto es la continuación del volumen 05, donde mencionamos el sobreuso de tropos en la romantasía. Pero hoy queremos enfocarnos en una pregunta que nos ronda desde hace tiempo: ¿por qué el primer interés amoroso nunca es duradero?
Sabes de quién te estamos hablando. Ese primer chico, del que nos enamoramos al comenzar la historia, pero sabemos que no terminaremos con él. Es él quien nota por primera vez a la heroína cuando nadie más lo hace.
Quizás sea encantador, guapo y seguramente rubio. El chico soñado por nuestras madres: el príncipe, el mejor amigo desde la infancia, el leal soldado con un sentido por la justicia inquebrantable, el de moral correcta. Pero si, como nosotras, has leído una buena dosis de libros de romantasía, probablemente hayas notado que el primer chico nunca termina la historia.
Si has leído a Sarah J. Maas, has visto esto en acción más de una vez. En ACOTAR, Tamlin es el primer amor: protector, perfecto en apariencia, casi un cliché de cuento de hadas. Pero cuando Feyre comienza a despertar a su propio poder, su propia rabia y deseo de libertad, él no puede seguirle el ritmo. Es Rhysand, el más temido, el supuesto villano, quien entiende en quién se está convirtiendo, y la ama precisamente por eso. Lo mismo ocurre en Trono de Cristal, donde el paso de Chaol a Rowan marca el crecimiento emocional y espiritual de Celaena.
El cambio de pareja no es un capricho romántico: es una declaración narrativa. La protagonista ya no es la misma, y su historia tampoco.
¿Por qué no llega al final? ¿Qué dice su salida de la heroína y de la historia de ella? ¿Es acaso que, cuando la heroína comienza a crecer como personaje, ese primer amor no crece con ella, no acepta esta nueva visión del mundo?
Es que el primer amor —ese que nos enamora con su bondad, su constancia, su forma de mirar a la protagonista como si fuera lo mejor que le ha pasado— pertenece a una etapa anterior de su historia. Representa la versión más contenida, más ingenua, de la heroína. Está ahí cuando ella aún cree que el mundo puede dividirse entre el bien y el mal, cuando su poder todavía es una sospecha, no una amenaza, y cuando el amor parece una promesa, no una decisión. Es el amor de la comodidad, de la seguridad, del “quedarse donde estamos”. Pero los libros de romantasía no tratan de quedarse quietas. Tratan de transformación.
Y cuando la heroína finalmente se transforma, el primer chico deja de verla. No porque no la mire, sino porque sigue buscando la versión de ella que ya no existe. Él no cambia con ella. No puede (o no quiere) crecer al ritmo de la historia. Y entonces, inevitablemente, se queda atrás. Su salida no es necesariamente una tragedia, sino un marcador narrativo: el momento en que la heroína se elige a sí misma. El segundo chico no es mejor porque llegue después, sino porque aparece cuando ella está lista para ser vista de verdad.
El segundo chico llega cuando ya no hay espacio para idealismos. No siempre es noble ni encantador. Casi siempre es descrito como el hombre más espectacular jamás visto, de tez bronceada y pelo negro. A veces, ni siquiera es amable. Es el enemigo, el rival, con un pasado aún más roto que el de la heroína. Pero él ve lo que el primero no puede: la sombra detrás del poder, el impetu detrás de la dulzura. Y no se asusta. Al contrario, la respeta más por ello. Este nuevo interés amoroso no busca protegerla de su destino, sino caminar a su lado mientras lo enfrenta. Es el que acepta que el amor no siempre es fácil ni bonito, sino una elección constante. Por eso los tropos como "grumpy/sunshine" o "enemies to lovers" funcionan tan bien: porque están construidos sobre el conflicto, la tensión y, sobre todo, la aceptación de lo complejo.
Tal vez por eso nunca nos quedamos con el primer chico. Porque el viaje de la heroína no es hacia atrás, ni hacia la comodidad, ni hacia quien la amó antes de que ella supiera quién era. El amor verdadero en la romantasía, no es el que aparece cuando somos pequeñas, sino el que nos encuentra cuando ya hemos peleado nuestras batallas. Ese segundo chico, imperfecto pero real, no viene a completarla, sino a caminar con ella sabiendo que no necesita ser salvada.
Así que gracias, primer chico, por mostrarnos lo que parecía amor.
Pero es con el segundo con quien finalmente entendemos lo que significa quedarse.